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jueves, 11 de octubre de 2012

El ADN tiene una vida media de 521 años

Artículo publicado por Matt Kaplan el 10 de octubre de 2012 en Nature News

No puede recuperarse material genético de los dinosaurios, pero dura más de lo que se pensaba.

Pocos investigadores han dado crédito a las afirmaciones de que han sobrevivido muestras de ADN de dinosaurio hasta la actualidad, pero nadie sabía cuánto tiempo tardaba en desmembrarse el material genético. Ahora, un estudio realizado sobre fósiles encontrados en Nueva Zelanda, zanja la cuestión – y acaba con las esperanzas de clonar un Tyrannosaurus rex.

Parque Jurásico, un sueño imposible © by mastermaq


Tras la muerte celular, las enzimas empiezan a romper los enlaces entre los nucleótidos que forman la estructura del ADN, y los microorganismos aceleran la desintegración. A largo plazo, sin embargo, se piensa que las reacciones con el agua son las responsables de la degradación de la mayor parte de los enlaces. El agua subterránea está casi presente, por lo que el ADN de las muestras de huesos que quedan enterradas deberían, en teoría, degradarse a una velocidad fija.

Determinar dicha tasa es complejo debido a lo raro que es encontrar grandes conjuntos de fósiles que contengan ADN con los que hacen comparaciones significativas. Para empeorar las cosas, las condiciones ambientales variables tales como la temperatura, el grado de acción microbiana, y la oxigenación, alteran la velocidad del proceso de desintegración.

Pero un grupo de paleogenetistas liderados por Morten Allentoft de la Universidad de Copenhague y Michael Bunce de la Universidad Murdoch en Perth, Australia, examinaron 158 huesos de piernas que contenían ADN y que pertenecían a 3 especies de pájaros gigantes ya extintos conocidos como moas. Los huesos, que tienen entre 600 y 8000 años de antigüedad, se han recuperado de tres yacimientos en un radio de 5 kilómetros, con unas condiciones de conservación casi idénticas, incluyendo una temperatura ambiente de 13,1º C. Las conclusiones se publican hoy en Proceedings of the Royal Society B1.

Rendimientos decredientes

Comparando la edad de los especímenes y los niveles de degradación del ADN, los investigadores calcularon que la vida media del ADN es de 521 años. Esto significa que tras 521 años, se habrían perdido la mitad de los enlaces entre los nucleótidos en la estructura de una muestra; tras otros 521 se perderían la mitad del resto, y así sucesivamente.

El equipo predice que incluso en un hueso a una temperatura de conservación ideal de −5 ºC, cada enlace se destruiría de manera efectiva tras un máximo de 6,8 millones de años. El ADN dejaría de ser legible mucho antes – tal vez apenas tras 1,5 millones de años, cuando las hebras restantes fuesen demasiado cortas para ofrecer una información con sentido.

“Esto confirma la sospecha general que afirma que el ADN procedente de dinosaurios y antiguos insectos atrapados en ámbar es incorrecta”, dice Simon Ho, biólogo evolutivo computacional de la Universidad de Sídney en Australia. Sin embargo, aunque 6,8 millones de años no es, ni de lejos, la edad de un hueso de dinosaurio – que tendría unos 65 millones de años – “podríamos ser capaces de romper el récord de la secuencia de ADN auténtica más antigua, que actualmente está en medio millón de años”, señala Ho.

Los cálculos del último estudio son bastante sencillos, pero aún quedan muchas preguntas.

“Estoy muy interesado en ver si estos hallazgos pueden reproducirse en entornos muy distintos como el permafrost y las cuevas”, dice Michael Knapp, paleogenetista en la Universidad de Otago en Dunedin, Nueva  Zelanda.

Además, los investigadores encontraron que la diferencia de edad tenía en cuenta apenas un 38,6% de la variación en la degradación del ADN entre las muestras de huesos de moas. “Claramente están en marcha otros factores que impactan en la conservación del ADN”, dice Bunce. “El almacenamiento tras la excavación, la química del suelo e incluso la época del año en la que murió el animal son factores que probablemente contribuyen y que habrá que tener en cuenta”.


Nature doi:10.1038/nature.2012.11555

Artículos de Referencia:

Allentoft, M. E. et alProc. R. Soc. B http://dx.doi.org/10.1098/rspb.2012.1745 (2012).

Autor: Matt Kaplan
Fecha Original: 10 de octubre de 2012
Enlace Original

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