Las ridiculeces de la industria de la música serían únicamente motivo de risas sino fuera porque son usadas para justificar la represión de la expresión en todo aquel espacio que no tenga como objetivo el consumo y la explotación comercial.
Muchas veces me pregunto cuándo exactamente es que perdieron la razón. Hoy encontré algunas pistas en el blog de Smithsonian Institution que publicó un archivo de publicidad de la American Federation of Musicians, una unión de profesionales de la música dedicada a defender el rancio modelo de pago de regalías, desde 1896.
En 1930 esta asociación creó un grupo paralelo (tal y como las sociedades de gestión lo siguen haciendo hoy en día) para detener el avance de la música grabada y el auge de los fonogramas, argumentando que no había interés en los artistas, sino solo en el negocio, algo que por cierto, no ha cambiado. En fin, la inversión de 500,000 doláres se enfocó a demandar que el público exigiera que humanos ejecutarán en vivo en las salas de cine.
No, claro que no, estas personas no tenían concebían en su mente el concepto de sincronización de audio que requería la proyección de películas que dejaban de ser mudas, gracias al fonógrafo de Edison — quien por cierto, operaba el monopolio de la producción cinematográfica— pero eso es otra parte de la misma historia de tensión social por el control de la circulación cultural.
Es importante reconocer que la tendencia a distorsionar la realidad por parte de los lobbys de las industrias culturales no es algo nuevo, estas imágenes demuestran que al parecer desde sus inicios se han empeñado en retratar a cualquier tecnología que amenaza sus intereses como un “peligro”. En una edición de 1931 de Modern Mechanix, el presidente de esta asociación, Joseph N. Weber, declaró que el alma del arte estaba en peligro en esta guerra contra las máquinas:
El momento se acerca rápidamente cuando la única cosa viva alrededor de las salas de cince será la persona que vende los boletos. Todo lo demás será mecánico. Drama enlatado, música enlatada, variedad enlatada.
Esto es exactamente el negocio de los monopolios culturales el día de hoy: cultura enlatada. Y es que desde siempre su objetivo a sido enlatar la cultura, tenía toda la razón el Sr. Weber en este punto. Lástima que en este siglo las asociaciones de defensa de la música (que no necesita que nadie la defienda) están completamente estancadas en la persecusión de sus público para defender latas en un mundo de bits.
Creemos que el público se cansará de la música mecánica y van a querer the real thing. No estamos en contra del progreso científico de ninguna forma, pero no debe de venir a costa del arte. No nos oponemos al progreso industrial. No nos oponemos a la música mecánica, excepto a que sea utilizado como instrumento de negocio en detrimento de su valor artístico.
Sí claro, la RIAA hoy en día dice lo mismo. La onda es que siempre han querido todo, son insaciables. No existe ni ha existido una innovación tecnológica que no haya cambiado a la sociedad, sus medios de producción y sus formas de creación. Además el valor del arte no equivale a un precio de venta o pago de regalía. El “valor del arte” es algo personal. En cuánto a la “música mecánica”, y que hoy es no más que un chiste, lo interesante es ver que los lobbystas nunca han entendido que la cultura no se crea por combustión espontánea ni solo por medio del dinero,es un proceso. Incluso un algoritmo que genera música es escrito y ejecutado por un humano. Entiendo que hace 100 años este señor no lo entendiera, pero hoy seguimos escuchando el remix RIAA de las mismas tonterías…
Sí este señor hubiera presenciado el florecimiento de la música electrónica en los noventas yo creo que le hubiera dado una embolia. A mi KaosPad seguramente le hubiera llamado satanismo. Ni que decir de maravillas como la música de Blondes, un álbum (no un disco, esos ya no existen en el siglo XXI) que me compre en Beatport hace unos días, —claro que solo después de haberlo descargado y decidir que vale mucho la pena.
El problema no es que la industria haya nacido bajo shock tecnológico, el problema es que aún no lo hayan superado.Curiosamente, hoy en día, se defienden las copias de grabaciones como si fueran en realidad la esencia de la música. Y esto es porque la tecnología también cambió su discurso mercantilista. Sin embargo, su fin no ha cambiado como tampoco su histórico miedo a la tecnología y su distorsionada lectura de la compleja relación que existe entre la creación, la reproducción y la distribución cultural.
El negocio de la explotación de obras y regalías del siglo XX fue más un asunto de canibalismo y explotación, que de creatividad. Ya sea Edison, los músicos que luchaban contra los robots, la RIAA o la MPAA — al parecer desde siempre esta industria ha estado estancada en un modelo basado en crear todas las condiciones de escasez posibles para poder comerciar. Ahora esto es imposible y cada vez lo será más, lo cual es una ventaja directa para los creadores.
Aunque últimamente declaren que ellos también quieren al internet pero que los trucos sucios funcionan, la realidad es que las leyes que promueven los neoluditas de la industria demuestran que sí bien no odian a las máquinas, parece que sí al internet. El problema es que son los únicos y son completamente irrelevantes para el flujo de distribución cultural en el siglo XXI, de hecho solo sirven para obstruírlo.
Lo que sigue siendo motivo de preocupación al final del día son los cerebros que llevan enlatados casi ya cien años y pretenden que toda la sociedad se adapte a su caduca visión. De la misma forma que los luditas anti-fonogramas y robots, entendieron que se puede ejecutar música en vivo, grabarla y recibir regalías por ello. Esperemos que, eventualmente, nuestros neoluditas entiendan — como muchos ya — que el copyright no es una condición para crear algo, reconocer su autoría, compartirlo e incluso vender copias de dicha obra y recibir dinero a cambio. Es muy simple.
Los dejó con mi imagen favorita de la campaña contra los robots:
Imágenes vía Smithsonian Magazine
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