Hoy en día no nos extraña que, dentro de la dinámica normal de funcionamiento de las grandes empresas, éstas amplíen su cartera de productos o clientes mediante la adquisición de otras empresas. Estas adquisiciones, por norma general, vienen a responder a necesidades estratégicas o bien buscan incorporar talento a la compañía; dos motivos que en el caso de Google se materializaron, entre otros movimientos, en comprar la división móvil de Motorola o comprar la start-up VirusTotal. Gracias a estos movimientos y a iniciativas propias, los de Mountain View han diversificado su cartera de servicios hasta el punto de poder proporcionar, con medios propios, toda la cadena de valor que lo une al usuario o, al menos, poder ejercer una posición de fuerte influencia sobre ésta.
Poco a poco, Google ha ido realizando adquisiciones (aunque parece que la que se anunció hoy de ICOA es falsa) y alianzas que le han permitido afianzar su posición de influencia en el mercado: la compra de Motorola, sus acuerdos con Asus, Samsung o LG para fabricar terminales son buenos ejemplos de esa búsqueda por ofrecer una “experiencia 100% Google”. ¿Y qué es lo que le falta a Google para completar el círculo? La respuesta es simple: la red de acceso.
Hace tiempo que se comenta que Google aspira a convertirse en un operador con el que poder competir con AT&T o Verizon Wireless y, de hecho, el proyecto de red de fibra que la compañía ha puesto en marcha en Kansas (Google Fiber), deja bastante claro que esta aspiración se ha convertido en una realidad y Google es ya un operador que controla (o tiene influencia) toda la cadena de prestación del servicio que recibe el usuario: ofrece contenidos (con su amplia cartera de servicios), está presente en los terminales y en las puertas de acceso (Android, alianzas con fabricantes para la serie Nexus, los Chromebooks o su navegador Chrome) y, con Google Fiber y otras alianzas, también está en las redes de acceso.
Este escenario, en mi opinión, puede tener dos lecturas; una buena y otra mala. Por un lado, estos movimientos en los que Google consigue tener influencia en los terminales, las redes de acceso y los contenidos tienen cierto aire a monopolio que, seguramente, no beneficie nada a las investigaciones que Google tiene abiertas en Estados Unidos aunque, en el caso de las redes Wi-Fi (en las que Google ya estaba presente, en Estados Unidos, gracias a su alianza con Boingo) éstas sean un intercambio de servicios “conexión a cambio de visualizar publicidad”. Por otro lado, Google siempre ha chocado con los operadores en cuestiones relacionadas con la neutralidad de la red porque éstos siempre han acusado a Google de ser la única en beneficiarse de un negocio que se sustentaba sobre sus infraestructuras e inversiones, un terreno en el que Google ha entrado con Fiber asombrando a todo el mundo con velocidades hasta 100 veces superiores a la velocidad media de conexión disponible en Estados Unidos.
¿Monopolio o diversificación? En el fondo, ambas cosas no son tan dispares entre sí y andan relacionadas aunque, por norma general, solemos hablar de monopolio cuando queremos darle cierta connotación negativa al asunto que estamos tratando. Hace tiempo que se rumorea que Google quiere convertirse en un operador y, claro está, presentar batalla a “esos que le ponen trabas”; de hecho, según algunos medios (como el Wall Street Journal), los de Mountain View podrían estar en conversaciones con proveedores de comunicaciones vía satélite dentro de su esfuerzo por desarrollar un modelo de negocio como prestador de servicios en el ámbito de las comunicaciones móviles.
Muchas veces nos fijamos en los movimientos de Google (o cualquier otra gran compañía), casi, como acciones aisladas; sin embargo, la convergencia de todos estos movimientos y cómo Google se ha posicionado para estar presente en un buen número de las piezas que hacen posible nuestra navegación, bajo mi punto de vista, plantean un escenario de lo más interesante siempre y cuando Google cumpla con su famoso Don’t be Evil.
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