Muchos ciudadanos, dentro y fuera del viejo y avanzado continente, no entienden cómo es posible que aún existan monarquías europeas. Así que trataré de aclarar esta cuestión.
La institución monárquica lleva milenios en la historia política del mundo. Aunque existen no pocas discrepancias incluso conceptuales, se mencionan las muy primitivas de las ciudades de Catal Huyuk, en la actual Turquía, o Uruk, hoy en Irak, fundadas en el año 7.000 y el 5.000 antes de Cristo aproximada y respectivamente. Debido a su antigüedad como sistema político y a su esencia no democrática, muchas personas no comprenden por qué aún hay monarcas en la avanzada Europa, que los vio aparecer por vez primera en la Roma del siglo VIII a. C. y, según la idea medieval que de ellos tenemos, en la Gallaecia de comienzos del siglo V d. C., que ocupaba en noroeste de la actual España y el norte del Portugal de hoy.
Las coronas que quedan en Europa
Cuando el convulso siglo XIX acabó, sólo había tres repúblicas en el continente europeo: Francia, Suiza y San Marino. En cambio, la actualidad no sonríe a esta institución política, que sólo se encuentra vigente en 12 de los 49 países de la vieja Europa: los grandes estados de Reino Unido, España, Noruega, Suecia, Dinamarca, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, los pequeños estados de Liechtenstein, Mónaco y Andorra, y la Ciudad del Vaticano.
La monarquía de Reino Unido es la más extensiva de las europeas, pues aún reina además en toda la Commonwealth, la Mancomunidad de Naciones que comparten lazos históricos con este país, excepto Mozambique y Ruanda, con 53 A principios del siglo XX sólo había tres repúblicas en Europa; hoy sólo 12 de los 49 estados europeos tienen monarquía
países miembros que cooperan política y económicamente. Quizá se trate de la corona que antes y mejor ha jugado sus cartas desde la temprana Revolución de 1668, también conocida como la Gloriosa o Incruenta, cuyo resultado fue el derrocamiento del Rey y la instauración de un régimen de monarquía parlamentaria en el que los poderes del Rey están muy limitados.
En España, después de dos Repúblicas, una dolorosa Guerra Civil y una larga dictadura, el general Francisco Franco nombró al heredero de la dinastía borbónica, la cual ya había reinado a partir del año 1700, para que le sucediera en el cargo de Jefe del Estado, restaurando así la monarquía, que pasó a ser parlamentaria en la Transición a la democracia.
Noruega, que había sido un reino independiente hasta 1387, estuvo unida a Dinamarca durante “la noche de los 400 años” y a Suecia desde que Napoleón se la cedió en 1814, cesión que fue anulada en 1905 con la independencia, para la que se eligió la monarquía parlamentaria en un plebiscito. En cuanto a Suecia, ha sido un reino desde tiempo inmemorial, hereditariamente desde 1544, su Constitución decimonónica dividió los poderes políticos entre el Rey y el Parlamento, y en 1917, los del monarca se redujeron de forma considerable. Y los sucesivos Reyes de Dinamarca llevan en el trono más de 1.000 años, en un régimen constitucional desde 1849, y en uno parlamentario, desde 1901: es la más antigua del mundo.
Los Países Bajos poseen una monarquía constitucional independiente desde 1815, que administra el país junto con un consejo de ministros y que reina también federalmente sobre Aruba, Curazao y Sint Maarten. Bélgica cuenta con una monarquía federal constitucional desde 1830. Y Luxemburgo, con una monarquía constitucional y parlamentaria desde 1839.
El Principado de Liechtenstein es un estado desde 1699, y su monarquía, constitucional desde 1921; el de la ciudad-estado de Mónaco, desde 1911; y el de Andorra tiene una extraña Jefatura del Estado testimonial compartida por dos copríncipes, el Obispo de la Seo de Urgel y el Presidente de la República Francesa, el puesto del Rey antes de la Revolución. La Ciudad del Vaticano, por su parte, mantiene a una monarquía electiva teocrática, diferente del resto porque no es hereditaria y el Gobierno se ejerce “en nombre de Dios”.
La aceptación de las monarquías europeas
Excepto en Mónaco, Liechtenstein y el Vaticano, los Reyes europeos son figuras simbólicas, representativas, obligadas a firmar leyes y decretos y dedicadas a inaugurar centros públicos, entregar premios y ejercer de intermediarias para que empresas nacionales consigan contratos fuera del país, sin un poder efectivo u oficial más allá de su propia influencia política y económica. Y para comprender por qué persisten las monarquías en la Europa del siglo XXI, entre otras cosas, hay que entrar de lleno en el debate de monárquicos y republicanos, y tener La mayoría de los Reyes europeos son figuras simbólicas, representativas, sin un poder efectivo u oficial más allá de su propia influencia
claro que han sido los primeros quienes han conseguido que la población interiorice sus razones en estos países a base de repetirlas con el apoyo de sus respectivos Gobiernos y medios de comunicación, y al margen de la racionalidad de sus proposiciones.
Los monárquicos ven a los reyes como referentes en la continuidad histórica de “la identidad nacional” de sus países, como garantes de la unidad de sus estados nacionales y como los legítimos o mejores representantes de los mismos en el extranjero; “embajadores de lujo”, los llaman. La insistencia en estas ideas es especialmente enérgica en aquellos países con una supuesta diversidad territorial, como Bélgica, Reino Unido o España: sin los Reyes, subrayan, el estado no podría mantenerse unido y se desmembraría por la pujanza de las distintas sensibilidades nacionales. Así, los porcentajes de aceptación popular de la monarquía en Noruega, Dinamarca, Suecia y Reino Unido, por ejemplo, son bastante altos. En Bélgica, sin embargo, los índices de popularidad de la monarquía se encuentran en el 60%; y en España, cayeron al 49,9% por los reiterados escándalos de la última etapa de Juan Carlos I, aunque parece se han recuperado un poco, hasta el 61,5%, tras su abdicación y el ascenso al trono de su hijo Felipe VI.
La respuesta de los republicanos a las proposiciones monárquicas son que un país no necesita personalizar su identidad histórica en un individuo o en una familia, y la continuidad del propio Estado basta para ello, tal como ocurre en el 75% de los países del mundo; que como figuras simbólicas no pueden garantizar de una manera en verdad activa la unidad territorial, sobre todo si los separatistas detestan precisamente los símbolosPara comprender la persistencia de las monarquías en Europa hay que entrar de lleno en el debate entre monárquicos y republicanos
estatales; que no se puede considerar a nadie representante legítimo de un país en el extranjero si no ha sido elegido democráticamente por sus ciudadanos ni deberíamos aceptar mantenerlo con dinero público por la misma razón; y sobre todo, que es completamente irracional que la Jefatura del Estado sea hereditaria, pues no hay garantías de la idoneidad para el cargo de sucesores consanguíneos, no sometidos al escrutinio de unas elecciones democráticas, y que encima la ley les garantice que no puedan ser procesados si comenten algún delito.
Pero si hay algo que podemos tener por seguro a la vista de la historia es que el cambio político es una constante, que las fronteras y los sistemas de gobierno no son inamovibles y que la tendencia de los siglos entre monarquía y república se muestra bastante clara. Sin embargo, el futuro político sigue siendo y siempre será una incógnita que forma parte del encanto de la propia historia. Y por mi parte, lo único que espero es que, al menos, resulte entretenido.
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