Para efectos de esta circunstancia y este texto, "política" significará: "estrategias, acciones y ardides para captar votantes". La Política es mucho más que eso, pero por ahora simplifiquemos.
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En la presentación de la Memoria y Cuenta de Hugo Chávez ante la Asamblea Nacional, el Presidente recibió un ataque que emocionó al antichavismo. María Corina Machado le dijo en su cara una fracción de lo que muchos antichavistas quisieran decirle, y eso tuvo o tendrá para ella un impacto político negativo y uno positivo:
En ese ámbito en el cual la palabra y el gesto (pretendida o genuinamente heroico) van en busca de adeptos, cuando alguien dice o hace algo con su buena dosis de dramatismo o contundencia pueden ocurrir dos cosas:
- Impresiona a una cantidad de gente que antes no simpatizaba con el político-actor: éste termina captando popularidad, es decir, votos y voluntades. Es el caso del "Por ahora" aquel 4-F: nadie sabía quién era Chávez y de pronto se convirtió en el personaje de esa década, y de esta otra.
- Enardece sólo a los que ya están convencidos o captados: es el tipo de gestos que no capta más gente que la que ya está convencida. Caso Machado: ella logró elevar el encarnizamiento verbal y emocional del antichavismo, pero ningún chavista o indeciso se pasará a su bando por haberle dicho ladrón a Chávez.
Resumen: la Machado consiguió que muchos antichavistas la consideren valiente. Pero no logrará traspasar el umbral de popularidad impuesto por su mediocridad o falsedad. Las masas no se volcarán a apoyar a María Corina, quien por cierto lo único que hizo ayer fue decir algo cien veces más tibio o light que lo que se le dice cotidianamente a Chávez a través de todos los medios.
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Después de la intervención de la Machado, María León, indignada, solicitó a la Asamblea sancionar de alguna manera a su colega. Aplausos se escucharon, consignas, gritos. Si esa moción prosperara significaría un enorme favor, una bendición para la Machado: la diputada que quedó reducida a cadáver político luego de sus dentelladas contra el Presidente pasaría a ser una víctima del rrrrégimen, una valiente y sufrida mujer a quien le están castigando el gesto de opinar. Así lo leería cualquiera. Chávez se dio cuenta de ello y toreó la propuesta con sutiles pinzas: "No hagan nada contra ella, el Pueblo me recompensará" etcétera. Evidentemente, Chávez ha aprendido cosas sobre política, como por ejemplo la máxima que indica que el autocontrol gana más batallas que la exasperación y el desenfreno.
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Hace unos pocos días, tres marines norteamericanos han sido llevados a juicio por orinarse sobre los cadáveres de unos soldados afganos. Singular detalle: no se juzga a los tipos por haberles dado muerte a otros, sino por humillarlos después de muertos. Según cierto sistema de códigos y seudoéticas de la guerra, hay algo más grave que la muerte y es la humillación. Así que esos soldados afganos han ganado una batalla después de muertos. Las balas los convirtieron en cadáveres anónimos; el gesto perverso de sus matadores los convirtió en depositarios de condolencias, dolores y rabiosa solidaridad.
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Muerta políticamente María Corina Machado, si el chavismo en funciones de Gobierno comete el error de orinarse sobre ese cadáver, lo resucitará, y los cadáveres resurrectos pueden ser temibles.
Política: el arte de desarmar al enemigo sin necesidad de encañonarlo.
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Esto es algo más que un juego de ajedrez: es Guerra de Cuarta Generación. En una guerra convencional gana el bando que mata más enemigos. En una de Cuarta Generación, el que mata, ataca o causa daño antes que el rival, pierde.
Extraña guerra, sí: gana el que se deja pegar. Por esa razón EEUU desata sus guerras genocidas solamente después que ha difundido las "razones" por las cuales sus víctimas se merecen la destrucción: "Ellos nos atacaron primero, o se están preparando para atacarnos". Irak, Afganistán y mucho antes Japón, son ejemplos de cómo todo se puede justificar después que un bando recibe un ataque o la opinión pública es convencida de que ese ataque existió. Saddam no tenía armas biológicas pero las masas creían que sí, porque el Pentágono se encargó de difundir especies en ese sentido. En Libia, Khadafi no bombardeó a EEUU pero la maquinaria de propaganda bélica propagó una especie peor: el tipo bombardeó al pueblo, es decir a La Democracia. Y Europa y EEUU, ustedes saben, son los guardianes de la Democracia en el mundo.
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Sucede también que, a causa de nuestro temperamento, producto a su vez de una amplia y galvanizada cultura cinematográfica suele empujarnos desde la juventud a otorgarle a la violencia, al excesivo dramatismo y a los desafueros varios el carácter de ingredientes vitales para construir una imagen respetable. Mediante un interesante mecanismo sobre el que valdría la pena profundizar, la violencia o la visceralidad son asociadas automáticamente con el concepto “valentía”. Valiente: hombre de pelo en pecho que se cae a coñazos con cualquiera, va siempre adelante, no tiene miedo o cuando lo siente lo disimula muy bien. No solo el cine ha ayudado a consolidar esa figura; el heroísmo nos vino antes por la literatura y la tradición oral, y seguramente sus códigos vienen paralelos a la idea de machismo y virilidad: hay mujeres tan arrechas que parecen machos.
Cuando uno traslada ese síndrome a la interpretación de la Historia comienzan a torcerse también algunos conceptos, percepciones y aspiraciones como pueblo y como país. Así, no es difícil encontrar entre nosotros (llamémonos gente antihegemónica; por ahí nos llamarán “de izquierda”) hermanos militantes que todavía sueñan con el episodio inmortal, glorioso y supremo en el que nos metemos en la montaña con un fusil, bajamos al pueblo de su letargo y conquistamos la ciudad y el palacio de Gobierno, y triunfó la Revolución. No hay que ser muy sagaz para detectar en esa narrativa las claves de un romanticismo más cercano a los superhéroes que a los revolucionarios (el pueblo en su letargo y YO, poderosísimo y valiente, voy y lo rescato para hacer el socialismo). Ni hay que andar muy al día en materia de historia y noticias del momento para saber que ese tipo de luchas y procedimientos pertenecen a otra etapa. Que ya el poder no se conquista así (o no necesariamente) y que las tareas para ganar en el ajedrez geopolítico son más de contacto humano y de sudar procesos con nuestra gente, que de fastuosas batallas entre hombres barbudos y gringos trogloditas.
Cuando uno traslada ese síndrome a la interpretación de la Historia comienzan a torcerse también algunos conceptos, percepciones y aspiraciones como pueblo y como país. Así, no es difícil encontrar entre nosotros (llamémonos gente antihegemónica; por ahí nos llamarán “de izquierda”) hermanos militantes que todavía sueñan con el episodio inmortal, glorioso y supremo en el que nos metemos en la montaña con un fusil, bajamos al pueblo de su letargo y conquistamos la ciudad y el palacio de Gobierno, y triunfó la Revolución. No hay que ser muy sagaz para detectar en esa narrativa las claves de un romanticismo más cercano a los superhéroes que a los revolucionarios (el pueblo en su letargo y YO, poderosísimo y valiente, voy y lo rescato para hacer el socialismo). Ni hay que andar muy al día en materia de historia y noticias del momento para saber que ese tipo de luchas y procedimientos pertenecen a otra etapa. Que ya el poder no se conquista así (o no necesariamente) y que las tareas para ganar en el ajedrez geopolítico son más de contacto humano y de sudar procesos con nuestra gente, que de fastuosas batallas entre hombres barbudos y gringos trogloditas.
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Otro ámbito. ¿En qué se parecen el Vietnam de hace medio siglo, el Irak de la última década y la Libia que viene? En que el ser humano rebelde ha demostrado que a las grandes potencias se les derrota con guerras no convencionales, mediante la organización del pueblo y no necesariamente con la consolidación de ejércitos convencionales.No queda más nada que decir entonces sobre los camaradas que todavía sueñan con “tomar el poder” por las armas, cuando ya tenemos un aliado en el poder. Discusión para otras entregas.
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