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domingo, 20 de mayo de 2012

Kallocaína, la distopía que el nazismo inspiró

Cuando hablamos de literatura distópica, siempre nos vienen a la cabeza las obras más conocidas de este género, como 1984, Un mundo feliz o Fahrenheit 451 (de la cual hablamos aquí). Pero no son las únicas. En 1940, ocho antes que la obra de George Orwell, la autora sueca Karin Boye escribió Kallocaína, novela que recientemente ha publicado la editorial Gallo Nero.
La historia de Kallocaína nos traslada a un no tan futurista régimen totalitario, donde el Estado gobierna con mano de hierro, controlando cada uno de los aspectos de la vida cotidiana, desde el trabajo hasta la reproducción y la formación de los más jóvenes. Leo Kall es un científico que trabajo para el Estado y que inventa un suero que, una vez inyectado, desinhibe totalmente al paciente y le hace expresar todo lo que piensa, sin censura de ningún tipo. Este suero de la verdad que Kall piensa que será un gran avance para su carrera, pronto va a escaparse a la instrumentalización que pensaba darle. Porque, además, Kall, pese a la opresión de un Estado que deshumaniza totalmente a sus ciudadanos, sigue teniendo sus sentimientos. El hecho de que sospeche de que su mujer le está engañando con un compañero suyo de trabajo hará que use la kallocaína para averiguar que hay de cierto en ello.
Kallocaína es una novela opresiva, que nos hace vislumbrar un futuro en el que un estado militarizado ha tomado el control de una sociedad que se ha plegado a sus deseos en un afán de vivir en la seguridad que éste ofrece. Una novela que, además, anticipa esa moda del miedo a un futuro sombrío, y que resulta de una gran peclaridad en el uso de las drogas como elemento de control.

Boye fue una poetisa y consumada pacifista que durante los años 30 viajó por Europa y conoció de primera mano la Unión Soviética y más tarde la Alemania nazi de Hitler. Es evidente que estas experiencias marcaron inequívocamente la escritura de Kallocaína. El miedo a un estado totalitario, que niega a sus ciudadanos la capacidad de pensar, que los atemoriza con el ojo que todo lo ve del Gran Hermano (¿Había leído Kallocaína Alan Moore antes de su V de Vendetta? El uso de los micrófonos en cada casa que controlan todo lo que se dice me recuerda mucho al sistema de control del gobierno con el Ojo, Oreja, Dedo, etc.) Boye acabó suicidándose cuando, en 1941, el fascismo llegó a su amada Grecia.
Algunos de los pasajes de la novela siguen estando muy vigentes más de 70 años después. En éste, se habla sobre la seguridad y la validez del ataque preventivo, que nos hace pensar en la política internacional de Estados Unidos tras los ataques terroristas del 11-S:
Sí, el temor. Hemos ido aplicando una vigilancia cada vez más estricta, pero eso no nos ha garantizado mayor seguridad, tal como esperábamos, sino una angustia mayor. Con el temor crece también el impulso de repartir puñetazos a nuestro alrededor. ¿No es eso lo que ocurre? Cuando un animal salvaje se siente amenazado y no ve salida por donde huir, ataca. Cuando el temor se apodera silenciosamente de nosotros, lo único que podemos hacer es atacar primero. Es difícil, puesto que ignoramos adónde dirigir el golpe... Pero quien pega primero, pega dos veces, dice un viejo refrán, ¿verdad?
O esta otra, en la que se habla del recorte en el estado del bien estar en pro de un bien mayor del Estado, que se nos antoja demasiado familiar últimamente (las negritas son mías):
(...) Y si todas las actividades de ocio debieran verse un día postergadas en pro del incremento del necesario ejercicio militar, si la infinidad de lujosos conocimientos y habilidades superfluas que antaño se incluían en nuestra formación debieran dejarse a un lado en beneficio de la orientación ineluctable de la formación específica de todos y cada uno de nosotros como trabajadores al servicio de la industria, que es absolutamente imprescindible, ¿tendríamos derecho a quejarnos? No, no, y no. Somos conscientes de que el Estado lo es todo, el individuo, nada, y nos agrada que así sea. Somos conscientes de que la mayor parte de la llamada "cultura" es y será un lujo reservado a un tiempo en el que no nos amenace ningún peligro.
En fin, una lectura muy interesante y un texto que, hoy, después de más de siete decadas de ser escrito (un precedente muy revelador de 1984) sigue resultando muy actual.


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