Los venenos más retorcidos y maquiavélicos pueden provenir de un sinfín de fuentes: la naturaleza, la coincidencia, los productos sintéticos o la malicia humana. Y esta es solo una pequeña selección.
Por suerte, todos sabemos lo qué es (y qué hace) un veneno. Al fin y al cabo es una necesidad el tenerlo claro. Pero lo que no tenemos tan claro es cuán letal o peligrosa puede resultar una sustancia. Esto ha provocado en más de una ocasión terribles consecuencias. Hoy vamos a hablar de nuestra particular selección de venenos, escogidos por su procedencia, letalidad, sus efectos o curiosidad; pero, sobre todo, por su carácter traicionero.
El peligro que viene del mar
Vamos a comenzar hablando de las oscuras profundidades y las soleadas costas. En las aguas existen sustancias muy peligrosas. Por ejemplo, todo el mundo sabe que las medusas son peligrosas. A nadie se le escapa ya el terrible efecto de las "avispas de mar", como Chironex fleckeri u otros cubozoos cuyos efectos hemolíticos y citotóxicos pueden provocar una (muy) dolorosa muerte en cuestión de minutos. De hecho, este veneno ha protagonizado más de una historia traicionera. Pero no, no vamos a hablar de él. En vez de eso, hablaremos de otros venenos aún más ladinos: los producidos por los dinoflagelados.
Los dinoflagelados producen toxinas como la maitotoxina o la ciguatoxina
Estos "animalitos" forman parte del plancton marino. Son organismos muy sencillos que proliferan y se alimentan flotando tranquilamente, sin que nada les moleste. Sin embargo, también son capaces de producir una serie de toxinas muy peligrosas como la maitotoxina, la ciguatoxina, la saxitoxina o la gonyautoxina, entre muchas otras. "El veneno está en la dosis", como decía Paracelso, así que normalmente este letal cóctel no es un problema a no ser que lo concentremos. Como ocurre de forma natural en las conocidas como "mareas rojas".
En estos vistosos fenómenos las aguas se colorean de pardos y rojos brillantes. Es un espectáculo magnífico y muy tóxico. Las mareas rojas se producen por un sobrecrecimiento de la población de dinoflagelados y algas pardas. Así, acaban con casi todo lo que les rodea y después desaparecen. Pero no es el único caso en el que resultan letales. En los trópicos existe una enfermedad producida por estos venenos que a veces llega a ser mortal conocida como ciguatera. Ésta se produce al comer carne de pescado procedente de los arrecifes de coral. Y esto se debe a que estos pescados se han alimentado del plancton y, por tanto, de las toxinas, las cuales van acumulando (sin resultar perjudiciales para ciertas especies, aunque todavía no se sabe por qué). Así, la venenosa marea roja está servida directamente en tu plato.
De tus labios a la tumba
Ahora hablemos de modas. Porque no hay nada tan traicionero como una moda descontrolada. Y eso es precisamente lo que ocurre con el botox. Aunque muchos lo saben, tal vez no sean conscientes de la potencial letalidad de la toxina botulínica. Esta sustancia producida por Clostridium botulinum, el primo de Clostridium tetani, orgulloso proveedor del tétanos, es un compuesto secundario que impide que nuestros nervios "conecten" adecuadamente con los músculos. Por tanto, se produce la parálisis muscular temporal. Pero parar un músculo como el corazón es letal. Aun así, el botox es utilizado clínicamente para ayudar a curar ciertas dolencias y problemas musculares, así como para cuestiones puramente estéticas. Solo un dato curioso: se estima (aunque no se sabe ciencia cierta) que con 0,15 picogramos (10 elevado a la menos nueve miligramos) de toxina por vía intravenosa o intramuscular, 0.90 picogramos por inhalación o 70 microgramos por vía oral, es suficiente para matar a una persona de unos 70 Kg. Esto hace del botox una de las sustancias más letales que se conoce.
El más mortal de la historia
Pero cambiemos un poco las tornas. Existe otro veneno traicionero como pocos. El premio Nobel, Fritz Haber, fue uno de los precursores de lo que hoy conocemos como guerra química. Sin embargo, sus trabajos en la producción de cianhídrico se volvieron contra él y sus familiares durante el conocido como "holocausto Nazi". Aunque haber consiguió huir, cientos de miles de personas, incluyendo parte de su familia, sucumbieron a lo que en un principio era un plaguicida. Sí, el zyklon B fue un compuesto utilizado como desinfectante de alta eficacia. Pero no tardó en llamar la atención de las mentes más retorcidas de nazismo.
Este compuesto produce ácido cianhídrico, uno de los venenos más peligrosos que se conoce. Una concentración de 300 partes por millón en el aire son suficientes para matar a un ser humano. Se estima que hacían falta unos cuatro gramos de zyklon B para matar a una persona. La producción y distribución (así como su utilización) en los campos de concentración se estima de varias toneladas. Esta cifra correspondería a más de un millón de muertos, lo que lo convierte en el veneno más mortal, además de traicionero, de la historia.
Lento y sin solución
Pero el premio a los venenos más traicioneros se los llevan otros dos. No sólo por su extrema letalidad, sino también por sus terribles efectos y su sentencia inapelable. Comencemos por el dimetilmercurio. Esta sustancia es célebremente conocida por haber acabado con la vida de Karen Wetterhahn, una química que se encontraba estudiando los sistemas de reparación del ADN cuando unas gotas de estas sustancia se derramaron sobre sus guantes. A raíz del incidente se aprendió una valiosa lección: el dimetilmercurio atraviesa los plásticos como el PVC o el latex. Una sola microgota de este veneno fue suficiente para condenar a la investigadora, quien murió en menos de un año después intoxicada por mercurio. Los efectos del envenenamiento fueron detectados seis meses después del accidente, demasiado tarde para hacer nada al respecto. una sola microgota de dimetilmercurio había aumentado sus niveles de mercurio en sangre hasta alcanzar los 4.000 microgramos por litro, unas 80 veces el umbral tóxico. El legado de Wetterhahn, no obstante, nos ayudó a ser conscientes de lo peligroso que puede resultar trabajar en un laboratorio.
Pero si el dimetilmercurio resulta traicionero, el polonio 210 es mil veces más maquiavélico. A estas alturas ya es vox populi el caso de Aleksandr Litvinenko, el polémico ex-espía de la KGB que puso los pelos de punta a Rusia y sus más altos mandatarios políticos. Sin entrar en el debate de por qué o cómo, lo que sabemos es que Litvinenko fue envenenado con esta sustancia, condenándolo sin remedio a una muerte lenta, desagradable y dolorosa. En 2006, tras una reunión con dos ex agentes de la KGB, Dmitri Kovtun y Andréi Lugovói, Litvinenko cayó enfermo. Tras varias pruebas, los médicos encontraron restos radiactivos en su sangre. Con sólo medio miligramo de esta sustancia, si no se detecta a tiempo, sería suficiente para que la radiación provocase un envenenamiento agudo y mortal. En investigaciones posteriores se detectaron restos de polonio en la habitación y coche de Kovtun. Las razones para matar al ex espía son claramente políticas, aunque no están del todo claras. Pero lo que es obvio es que este veneno ha sido uno de los más traicioneros que conocemos. Fue una forma de decir "sí, podemos matarte, pero no lo vamos a hacer de una manera rápida y silenciosa". Porque al fin y al cabo, si hay algo traicionero es la malicia humana, que es el peor de los venenos.
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