En el aeropuerto de Frankfurt las abejas tienen su propio puesto de trabajo: la biomonitorización y el control de contaminantes sería imposible sin estos importantes insectos voladores.
En el aeropuerto de Frankfurt, algunos "empleados" no tienen uniforme ni mono de trabajo. Es más, por no llevar, no llevan ni ropa. Se reúnen por cientos en un espacio diminuto y vuelan durante el día en busca de polen. De hecho, tampoco es que puedan considerarse empleados, pero sí trabajadores para la instalación. Es el ejército de abejas, un sofisticado mecanismo de biomonitorización que permite seguir los pasos de la contaminación que producen las operaciones del aeropuerto. Y es que analizar el panorama ambiental puede ser mucho más complicado de lo que parece. Pero, ¿por qué complicar las cosas cuando existen métodos naturales y mucho más efectivos para estar alerta?
¿Por qué elegir abejas para la biomonitorización?
En un aeropuerto la cantidad de polución potencial es muy alta. Desde lo vehículos de tierra a los grandes aires acondicionados de la instalación, pasando por los potentísimos motores de avión, casi todo puede producir una contaminación que va a parar directamente al aire. Para poder monitorizar dicha contaminación hace falta recoger muestras en diversos puntos, trazar lo que se conoce como transectos, calcular y analizar el posible impacto. Para hacer todo eso hace falta el trabajo de muchas personas, durante bastante tiempo y consumiendo muchos recursos. Es más, cuantos más puntos hay en el análisis, más posibilidades de cometer errores y fallar existen. Pero si empleamos un proceso realizado por cientos o miles de pequeñas máquinas biológicas, especializadas durante millones de años, parece que la cosa puede ser más sencilla. Al fin y al cabo, las abejas recogen muestras "aleatorias" de miles de lugares a lo largo de la jornada y todos los días, las refinan y las concentran. Al final tenemos miel o cera de donde podemos analizar la concentración promedio de ciertos componentes.
Acabamos de solucionar un problema de mucho dinero, muy complejo y sofisticado de una manera sencilla, sostenible y amigable con el medio ambiente. Pero, ¿podemos fiarnos de ella? Por supuesto, la cuestión no es sencilla. Usar abejas para la biomonitorización no es algo nuevo. Lleva estudiándose desde hace tiempo en muchos países. Lo que se hace, como explicábamos, es colocar colmenas en zonas específicas. Las abejas llegan a peinar zonas de hasta cincuenta kilómetros cuadrados alrededor. En la miel y la cera se pueden encontrar componentes de todo tipo. Especialmente metales pesados, procedentes de la combustión o hidrocarburos aromáticos policíclicos; componentes que pueden ser cancerígenos. Junto con un control, tomando muestras durante cierto tiempo, se puede conocer con exactitud el nivel de contaminación de una amplia zona.
Analizando el panorama real
Según los datos del aeropuerto, las emisiones de componentes contaminantes son bastante escuetas. Es más, las sustancias detectadas en las colmenas se encuentran en tan baja concentración que la miel y la cera podrían ser aptos para consumo humano. Esto, dicen los encargados de la biomonitorización, puede interpretarse como una señal de limpieza en el ambiente. Los marcadores han ido descendiendo paulatinamente a medida que se adoptaban nuevas medidas de contención y sostenibilidad. A estas alturas, la limpieza de la colmena parece vaticinar un aeropuerto limpio, también. Pero algunos expertos no dudan en señalar algunos fallos. ¿Y si las abejas se "deshicieran" de algunos de los componentes tóxicos recolectados sin que llegáramos a detectarlos? Este primer problema está más que estudiado. Aunque algunos compuestos orgánicos son un tanto problemáticos, la mayoría de tóxicos permanece en algún punto de la colmena. O bien en la miel o bien en la cera, en la jalea o, incluso, en las propias abejas, las cuales pueden ser analizadas.
Pero no es la única cuestión a solucionar. Otro problema con las abejas es que mientras que estas sirven para monitorizar ciertas sustancias, otras, por ejemplo, son imposibles de analizar así. Por ejemplo, la emisión de dióxido de carbono o de otros componentes altamente volátiles pasan desapercibidos ante la colonia. Sencillamente, las abejas no llegan a recogerlos. Pero también afectan al medio ambiente. Esto se soluciona teniéndolos en cuenta de antemano y poniendo sistemas de detección adicionales. Por ejemplo, el propio aeropuerto de Frankfurt lleva adaptando sus sistemas para recuperar el dióxido de carbono contaminante, el cual puede reconvertirse evitando la contaminación. Pero, aún así, existen compuestos que podrían pasar desapercibidos. Para solucionarlo, es imprescindible mantener otros sistemas de detección "más clásicos", así como controles que descarten falsos negativos.
Es imprescindible mantener otros sistemas de detección "más clásicos", así como controles que descarten falsos negativos
En cualquiera de los casos, cada vez está más claro que la biomonitorización mediante abejas se puede realizar de forma efectiva, barata y limpia. Las abejas no son los únicos modelos animales capaces de detectar problemas ambientales con los que monitorizar la situación general. Plantas y animales se emplean en diversos ecosistemas para señalar un posible problema. Normalmente estos modelos animales están destinados a cuestiones concretas que apuntan a problemas de mayor envergadura. Al fin y al cabo, cada animal es un complejo y pequeño sistema, preparado para detectar y reaccionar componentes perniciosos. Puestos en conjunto, la red de detección es tremendamente efectiva. Y es que en cuestión de biomonitorización, la naturaleza es la auténtica maestra.
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