El origen de la Luna sigue, a día de hoy, fascinando a los científicos. Poco a poco las respuestas van acercándonos a lo que pasó hace unos cuatro mil quinientos millones de años.
Cuando miramos a la Luna y su tranquilo semblante jamás habríamos pensado que tiene a tantos científicos despiertos y dubitativos, pensando sobre ella. Uno de los mayores misterios que la envuelve es su origen. ¿De dónde viene y cómo llegó allí? Esta no es una pregunta baladí; ni tampoco fácil de responder. Pero gracias a un equipo de investigadores, la respuesta parece un poco más cercana.
La gran colisión
Hace ya un tiempo os contamos cuáles son las hipótesis que se barajan sobre el origen de la luna. Resumiendo muchísimo, solo una de ellas ha resistido a los análisis científicos más exhaustivos. La hipótesis del gran impacto nos cuenta que hace mucho, mucho tiempo (unos 4.500 millones de años), Theia, un objeto del tamaño de un planeta chocó con un joven prototipo de Tierra. De semejante colisión se desgajó un pedazo que con el tiempo se convertiría en nuestro satélite natural. Hasta aquí, la hipótesis es bastante conocida. Ahora, esta hipótesis también tiene sus pegas. Imaginemos el alba de los tiempos. La materia es una novata en eso de crear planetas, planetoides y asteroides. Poco a poco, con ayuda de la gravedad, el polvo estelar va congregándose y creando cuerpos cada vez más másicos (con más masa).
Es fácil entender que en cada lugar de nuestro sistema solar (que aunque no es gigantesco tampoco es demasiado pequeño) contenía distintas sustancias y materiales. Como si de huellas dactilares se tratasen, la marca de los isótopos procedente de los cuerpos astronómicos ayudan a identificar la procedencia de cada uno. Los isótopos son marcadores atómicos, testigos que hablan del origen, entre otras muchas cosas. Es estadísticamente casi imposible que, por ejemplo, nuestro pequeño planeta tuviese la misma composición isotópica que un enorme asteroide formado más allá del lejano Plutón. Según los modelos informáticos, entre el 60 y el 80% de la composición lunar debería provenir del cuerpo que impactó. Por eso mismo, es muy extraño que la Luna, cuya composición provendría en gran parte de Theia, tenga una composición casi idéntica a la de la Tierra.
Más allá del impacto
Ante esta situación, los científicos llevan décadas tratando de "reajustar" las hipótesis. Seguimos teniendo claro que el impacto ocurrió. Pero entonces, ¿cómo explicamos la paradoja de la geoquímica? Esta es la que comentábamos momentos antes y que explica el problema existente con la naturaleza de la composición de la Luna y la Tierra. Tenemos varias explicaciones. Dos de las más sólidas son las siguientes: la primera explica que en el momento del impacto tanto el cuerpo como parte de la Tierra se fundieron. Un enorme disco, la proto-luna, junto a la Tierra quedaron rodeados por una atmósfera de silicatos. Esta atmósfera habría permitido el intercambio de materiales creando, grosso modo, un perfil parecido en la composición isotópica de ambos cuerpos (Tierra y Luna).
El problema de esta hipótesis es que el intercambio es demasiado lento para ser consistente. Así, en vez de una atmósfera de silicatos rodeando el sistema completo, otros científicos abogan por un impacto mucho, mucho más violento. Tanto que prácticamente el manto de la Tierra y el objeto que chocó contra nosotros se evaporaron por completo, mezclándose en una ardiente nube. Con el tiempo, esta nube se volvió a condensar en torno a dos núcleos con algo de masa: la Tierra y la Luna. Esta atmósfera se habría comportado como un fluido supercrítico y explicaría la composición prácticamente idéntica que observamos.
El importante potasio
Para poder apostar con mayor seguridad por una u otra hipótesis, los investigadores han seguido analizando las muestras de roca lunar traídas de las misiones Apollo. Recientemente, un equipo compuesto por dos investigadores (de la Universidad de Washington en St. Louis y la Universidad de Harvard), han determinado la composición de dichas muestras gracias a un método ideado por ellos mismos y que es capaz de obtener resultados diez veces más precisos que cualquiera obtenido previamente. Pero, ¿qué han encontrado? Su técnica permite analizar el potasio, como elemento clave. Y el resultado inclina la balanza sobre una de las hipótesis: la del fluido supercrítico.
Para ello comprobaron la composición de ocho de las muestras lunares y su composición en potasio 41 y potasio 39. La composición de ambos, comparada entre la Luna y la Tierra muestra que solo una grandísima temperatura pudo permitir las proporciones que muestran (donde el potasio 41 es ligerísimamente superior al potasio 39). Pero la diferencia es tan mínima (y a la vez tan decisiva) que solo una técnica como la que estos investigadores han diseñado podría dar cuenta de ella. Pero esta, como de costumbre, es solo una prueba más de un largo camino. Una ruta que lleva dando muchas vueltas y curvas hacia el verdadero origen de nuestra Luna.
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