sábado, 11 de abril de 2015

Los neoluditas y el odio a la tecnología

Los neoluditas y el odio a la tecnología

Si sois unos amantes de las nuevas tecnologías, no conoceréis a vuestro némesis hasta que os veáis cara a cara con un neoludita. Y os aseguro que vais a flipar.

La tecnología se encuentra tan integrada en nuestra vida rutinaria que, no sólo lo damos por hecho y la consideramos casi parte del paisaje, como si siempre hubiese estado ahí, sino que además ni tan siquiera da la impresión de que seamos conscientes de ello. Para lo bueno y para lo malo, cada día utilizamos con soltura nuestros teléfonos móviles, ordenadores portátiles, televisores, hornos microondas, etcétera, y no concebimos la normalidad sin poder hacerlo. Quizá esa sea una de las razones de que nos fascinen las ficciones postapocalípticas en las que la electricidad es sólo un recuerdo para sus sufridos protagonistas.

Pero no todo el mundo está dispuesto a aceptar la vida tecnológica presente como lo normal.

Orígenes del ludismo: destrozando máquinas

El nombre de este movimiento proviene del dudoso Ned Ludd, un joven que supuestamente rompió un par de telares a finales del siglo dieciocho, incendió otros a comienzos del diecinueve, envió cartas y lanzó proclamas en nombre del descontento obrero. Pero quizá no se trate más que de un seudónimo para evitar castigos de las autoridades por tales acciones.

Se cuenta que, en la segunda década del siglo, artesanos ingleses desbarataban los telares industriales que amenazaban su supervivencia. Llegaron incluso a enviar amenazas de muerte anónimas y agredir a magistrados que,La deriva del pensamiento contemporáneo ha vinculado los disturbios luditas con el odio antitecnológico según decían, usaban a provocadores para alentar los ataques y justificar la represión, e incluso se enfrentaron al ejército británico en Lancanshire. Más tarde, durante los disturbios Swing, fueron las máquinas trilladoras el objeto de la ira. Y en España, cientos de cardadores e hilanderos irrumpieron en Alcoy y quebrantaron las mismas máquinas a comienzos de la tercera década del siglo, y también tuvieron que intervenir los regimientos más cercanos del ejército para acabar con la violencia.

Pero no nos equivoquemos: tales destrozos respondían más a protestas por la irritación de la clase obrera a causa de las malas condiciones de trabajo y su incertidumbre que a un odio cerval por los males de la tecnología de entonces. Además, no hay que olvidar la inestimable colaboración de pequeños propietarios que no podían permitirse adquirir la maquinaria para competir en su mercado. Es la deriva del pensamiento contemporáneo la que ha vinculado los estragos de aquel momento con ese odio antitecnológico, permitiendo que hoy haya excéntricos que se consideren sucesores de los luditas clásicos.

El neoludismo: aleja de mí ese aparato

odio a la tecnología

Khosro

Los primeros luditas hicieron trizas máquinas que, pensaban, les quitaban el sustento y para protestar por su mala situación como trabajadores. Los nuevos, los actuales, rechazan en cambio los avances tecnológicos porque, según ellos, afectan negativamente a las personas, a la sociedad en su conjunto y al medio ambiente: las propias máquinas y los sistemas científicos son perversos en todos los sentidos, y si no lo son al completo, “las partes malas de la tecnología no pueden ser separadas de las buenas” y es mejor rechazarla en bloque, tal como afirma Theodore Kaczynski en su manifiesto La sociedad industrial y su futuro.

El caso del bueno de Kaczynski es inolvidable. Más conocido como Unabomber (contracción de University and Airline Bomber, el nombre que le puso el FBI cuando le perseguía), es un matemático neoludita con un diagnóstico incongruente de esquizofrenia paranoide que se dedicó a enviar una serie de cartas bomba a instituciones educativas y líneas aéreas durante diecisiete años con el retorcido propósito de destruir la sociedad industrializada, y en una ocasión, puso una potente bomba en el equipaje de un Boeing 727 que volaba de Chicago a Washington, que no explotó por un fallo en el temporizador. Kaczynski fue atrapado en 1996 después de que The New York Times decidiera publicar su manifiesto con la esperanza de que alguien reconociera su estilo de escritura y lo denunciara. El terrorista había solicitado al periódico que lo publicara a cambio de no mandar más bombas y lesLos neoluditas rechazan los avances tecnológicos porque, según ellos, afectan negativamente a las personas, a la sociedad en su conjunto y al medio ambiente había amenazado con atentar contra ellos si no accedían. Su propio hermano le denunció al reconocer en el manifiesto una frase típica suya: “No puedes comerte la tarta y seguir teniéndola”. El saldo de esta historia, tres muertos, veintitrés heridos y una cadena perpetua para Kaczynski.

El neoludismo teme las consecuencias futuras de la utilización de las nuevas tecnologías, y está relacionado con los movimientos antiglobalización y de anticonsumismo, con el anarquismo primitivista, que aboga por el retorno a una vida precivilizada, ajena a la tecnocracia que explota y aliena al individuo y destruye la naturaleza, y por tanto, con el ecologismo radical. Lo habitual es la prédica del modo de vida sencillo (simple living), como el de los cuáqueros y, al extremo, los amish, y muchas veces, el ecoterrorismo, las pseudociencias médicas y el animalismo. Y debe de ser interesante confrontar a los defensores de estas corrientes con las afirmaciones de Kaczynski, al que le van publicando recopilaciones de sus cartas desde la cárcel, acerca de que el sistema tecnoindustrial nos aleja de “los patrones naturales de la conducta humana” y nos causa “trastornos psicológicos ejemplificados por el izquierdismo”.

Creo que ha quedado claro que, si hablamos de un neoludita, no nos referimos simplemente a ese amigo vuestro que se queja de que le prestéis demasiada atención al móvil cuando habéis quedado para tomar una cerveza. Son personas que rompen totalmente los esquemas acostumbrados en nuestro modo de vida, y supongo que deben de hacer un esfuerzo ímprobo para ser coherentes con sus ideas y no usar nada que provenga de la tecnología contemporánea, ni en el vestido, ni en la comida, ni en la forma de combatir las temperaturas desagradables, ni en el transporte, ni en la medicina ni, claro, en la comunicación. Así que, dado que este texto no lo estoy transmitiendo a base de señales de humo, supongo que jamás tendré la suerte de que alguna de ellas lo lea.








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