lunes, 15 de diciembre de 2014

¿Que no tienes tiempo? ¡Excusas!

¿Que no tienes tiempo? ¡Excusas!

Una de las frases que más solemos escuchar, sobre todo en el trabajo, es el manido "no tengo tiempo". Normalmente, este argumento encierra o bien una mala organización, o bien una simple excusa.

Lo habrás oído no una, mil veces: "¡es que no tengo tiempo!", el grito lastimero sale también con excesiva frecuencia de nuestra boca, y la realidad es que en el 99% de las ocasiones no es estrictamente riguroso. Es cierto que son muchas las personas que realmente podrías decir que llevan la máquina al 200 %, pero la realidad es que la gran mayoría simplemente emplea este argumento como excusa. Y es una excusa muy socorrida que además nos sitúa en una cómoda posición de víctimas en la que nos permitimos ciertas licencias. Pero tal y como sugieren en Rework, la conocida obra de Jason Fried y David Heinemeier, fundadores de 37Signals, no disponer de tiempo no es realmente una excusa válida. Y si somos honestos con nosotros mismos, lo sabremos admitir.

El factor 'tiempo' es realmente una falacia que se ha convertido en un peligroso recurso que empleamos con excesiva frecuencia
Una buena prueba de ello es plantearse la siguiente situación hipotética: te proponen la realización de un trabajo y saltas en automático con tu excusa, acompañada siempre de un gesto de hastío. Bien, imagina ahora que diez segundos más tarde te anuncian que eres el ganador de un viaje y que debes recoger los billetes antes de dos horas o lo perderás ¿Volverás a decir a voz en grito que no puedes ir porque no tienes tiempo? Por supuesto que no. En cuestión de segundos tu mente desplegará toda su capacidad para coordinar un potente plan de acción en torno a tu nueva prioridad: recoger el premio. En un abrir y cerrar de ojos tu actitud cambia por completo y organizas todo para atender esta urgencia mientras dejas todo tu trabajo bien priorizado. ¿De dónde ha surgido realmente este inesperado tiempo?

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La falacia del tiempo

Llegados a este punto lo habrás visto: el tiempo no es realmente lo que nos preocupa aquí, sino que los agentes que intervienen y toman el mando son la organización de las prioridades y la eficiencia en el trabajo. Dicho de otra manera, esa llamada ha provocado una pequeña explosión interna que a su vez activa todo nuestro potencial. Pero ¿por qué? Bien, es tentador pensar que perder ese viaje sería una tontería, pero el análisis es más profundo: hemos dado por completo la vuelta a nuestra actitud ante la perspectiva de una recompensa. Esto lo conocen bien los corredores, que llegan agotados a la línea de meta pero saben que un esfuerzo final puede marcar la diferencia entre el oro o la plata. No se sabe de dónde, pero súbitamente el organismo segrega la adrenalina suficiente para forzar a tope la maquinaria con el objetivo de obtener la preciada recompensa.

Visto de esta manera, el factor 'tiempo' es realmente una falacia que se ha convertido en un peligroso recurso que empleamos con excesiva frecuencia. Pero como te hemos apuntado antes, la perspectiva de una recompensa tangible hace que organicemos en segundos todas nuestras tareas optimizando sus prioridades. En primer lugar, la recogida del viaje, y a partir de ahí, nuestro trabajo organizado de una manera que ralla la excelencia. Y lo curioso del asunto es que cuanto menos tiempo dispongamos para alcanzar la recompensa, más optimizaremos nuestros recursos. Este fenómeno es debido a la conocida ley de Parkinson, que si has sido universitario, te resultará muy familiar: las horas de estudio son más eficientes a medida que te acercas al día del examen, y cuanto menos tiempo tengas que perder, más elevado será tu rendimiento.

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Visualizar con claridad las recompensas

Llegados a este punto y olvidándonos del premio, que por desgracia, no es real, nuestro nuevo objetivo en el trabajo debería ser encontrar los estímulos suficientes para terminar una tarea en concreto. ¿Qué nos suele suceder habitualmente? Que hay trabajos tan dispersos por su dimensión o su falta de concreción, que cuesta ver la luz al final del túnel. Proyectos interminables en los que al no ver una recomensa definida en el tiempo, vamos retrasando, haciéndonos los remolones, o desplegando ese viejo conocido que suele saltar en este caso: la procrastinación. De repente nos econtramos limpiando la bandeja de entrada o bien despejando la mesa. Cualquier cosa antes de ponerse a trabajar en ese aburrido proyecto que lejos de ser estimulante, nos produce un rechazo del que a veces no somos conscientes.

¿Qué hacer en estos casos? Es muy importante marcarse uno mismo las recompensas y si no las ves claras, hay que volver a lo elemental recordando que gracias a ese trabajo cobras un sueldo que te permite irte de vacaciones. Aunque lo más conveniente en este caso es partir el proyecto en trozos que puedas manejar en el tiempo y permitirte pequeños caprichos al terminar cada uno de ellos. Para uno puede ser dar un paseo con el perro o para otro bajar al bar a tomar un pincho. La recompensa es en realidad indiferente, lo importante es marcar unas prioridades y obligarse a cumplirlas. "La realidad es que la mayoría de la gente que dice que no tiene tiempo no tiene suficiente deseo para realizar el proyecto y protegen su ego con la excusa del tiempo", Rework dixit.








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